Cultura (I): ¿Qué es la cultura? Un concepto con muchas caras

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El concepto de “cultura” es uno de los más importantes -y también problemáticos- de la antropología social y cultural. Quienes se acercan a este concepto suelen asombrarse de la distancia existente entre el uso común de la palabra y nuestros enredos terminológicos. Nunca está de más recordar que Kroeber y Kluckhohn recopilaron en su libro “Culture; a critical review of concepts and definitions” (1952) más de 160 definiciones distintas del término.

A pesar de que, prácticamente, cada antropóloga tenga su propia versión del término “cultura”, esta variedad no supone un obstáculo para nuestro trabajo científico. Es más, para nosotras, antropólogas, es un reflejo de la riqueza y la capacidad de adaptación de nuestra disciplina a distintos marcos teóricos y contextos socio-históricos.

Sin embargo, no todo son aspectos positivos. A lo largo del siglo XX no han sido pocas ni dulces las polémicas en torno al concepto de “cultura”. En un movimiento complicado de entender para la mayor parte de las disciplinas científicas, las antropólogas hemos derrumbado hasta los cimientos y vuelto a construir uno de nuestros conceptos centrales con mucha frecuencia. ¿La razón? Para muchas de nosotras la “cultura” ha servido para fijar identidades sociales, naturalizar diferencias o justificar desigualdades desde posiciones cercanas al colonialismo y al imperialismo europeos.

Lo importante es que cuando las antropólogas hablamos de “cultura” no nos referimos a una noción cerrada y definitiva. Más bien empleamos el término como una herramienta conceptual que requiere constante revisión y crítica sin olvidar sus posibles implicaciones políticas y epistemológicas.

En esta primera entrada de una serie dedicada al concepto de cultura, presentaré dos definiciones que pueden servir como orientación inicial: la definición clásica de Edward B. Tylor y otra extraída de uno de los manuales de introducción a la antropología social y cultural más recurrentes como es el de Conrad Kottak.

Edward B. Tylor: el punto de partida clásico

Una de las primeras definiciones del concepto de “cultura” se la debemos a Edward B. Tylor. En su libro “Primitive Culture” (1871; 1959), Tylor definió el objeto de estudio de la antropología con una de esas fórmulas textuales – “ese todo complejo”- que forman parte de la historia de la disciplina. Aunque la definición de Tylor requiere hoy de una lectura crítica, situada en su contexto histórico , no deja de ser un punto de partida en la mayor parte de facultades universitarias.

La cultura -dirá Tylor- es ese todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad (Tylor, 1958:1).

El punto más interesante, a mi juicio, de la definición de Tylor es su carácter eminentemente social. La cultura no es innata, no nos viene dada de fábrica, sino que precisa de un proceso de aprendizaje a través de la vida social. El proceso de adquisición de una cultura determinada -un proceso que, años más tarde, llamaremos “enculturación”- es una característica compartida por todos los seres humanos. En un contexto socio-histórico dominado por las políticas coloniales europeas y las teorías evolucionistas aplicadas a la historia de la humanidad, el concepto de Tylor supone -siempre con sus limitaciones, claro- que todas las sociedades humanas pueden ser estudiadas y analizadas sin distinción desde la misma perspectiva.

Otro punto interesante sobre el que reflexionar es la dimensión del concepto de “cultura” que plantea Tylor. Al emplear expresiones como “ese todo complejo” y “cualesquiera otros hábitos y capacidades”, podría pensarse a la cultura como un gran cajón de sastre en el que todo vale. Entender la cultura como un objeto de estudio sin límites claros ni definidos podría encajar bien con la amplitud de miras y la complejidad que caracterizan a la antropología contemporánea.

Sin embargo, la definición de Tylor puede interpretarse de una forma mucho más crítica. En este sentido, la “cultura” según Tylor es presentada comouna lista fija de elementos en la que ignora tanto grandes campos de la vida social como cualquier proceso, conflicto o contradicción al interno de cada una de ellas. Además, tampoco se puede olvidar que, aunque no de forma explícita en su definición, Tylor defendía un enfoque evolucionista que ubicaba a toda las culturas en una misma línea o trayectoria de progreso, desde formas supuestamente “primitivas” hasta otras, igualmente supuestas, más “avanzadas”.

A pesar de estos sesgos evolucionistas vinculados al imperialismo y colonialismo europeos, el concepto de Tylor sigue siendo un punto de partido fundamental: abrió el camino para pensar la cultura como un objeto de estudio científico legítimo, universal y complejo que posibilitaba la emergencia de los enfoques comparativos.

Conrad Kottak: cultura como aprendizaje compartido

En las facultades de antropología se manejan muchos manuales de introducción a la antropología social y cultural. En mi caso, durante mi primer año de estudios en la Universidad de Sevilla, el texto de referencia era Antropología cultural: Espejo para la Humanidad” de Conrad Kottak (2003). En las páginas le dedica al concepto de “cultura” (p.17-30) prefiere describir el concepto a través de sus propiedades clave: su carácter aprendido, simbólico, compartido, y adaptativo.

Kottak, en continuidad con Tylor, afirma que la cultura no es innata, sino que se adquiere a través de un proceso que llamamos enculturación que englobaría el conjunto de acciones y relaciones sociales mediante las cuales hacemos nuestras una serie de normas, valores y comportamientos que son propios de nuestro grupo social.

Este aprendizaje cultural depende, en gran medida, de la capacidad simbólica de los seres humanos. Por símbolo se entiende una forma verbal o no verbal de representación en la que no existe relación directa entre el símbolo y lo representado. Todos los seres humanos tienen la capacidad de simbolizar, de modo que cualquier grupo social puede crear y compartir sus culturas. En este punto, Kottak identifica entre una Cultura general -como una capacidad universal del ser humano- y una cultura específica perteneciente a cada grupo o sociedad humana. Por ejemplo, la capacidad de lenguaje es universal, pero las lenguas concretas que hablamos pertenecen a culturas específicas.

En la caracterización de Kottak, la cultura también puede ser adaptativa. El ser humano no responde ya a los retos y desafíos de su entorno natural únicamente a través de los instintos naturales, sino a través de estrategias y acciones de carácter cultural. Los modos de organización familiar, la división del trabajo, los hábitos alimentarios, los cultos religiosos,… cualquier comportamiento humano puede favorecer nuestra adaptación. Pero, como bien recuerda Kottak, también existen caracteres y patrones culturales mal-adaptantes; piensa, por ejemplo, en prácticas de consumo que perjudican la salud o el medio ambiente, como dietas hipercalóricas o el uso excesivo de plásticos

Kottak enfatiza, también, el carácter compartido de las culturas. Todos los seres humanos tendrían cultura, sí, pero únicamente en cuanto que miembros de un grupo social determinado. La cultura se aprende en sociedad, en grupo, y es a través de ese sin fin de relaciones, acciones y experiencias comunes por el que accedemos a un conjunto de valores, normas y conductas compartidas.

Kottak también introduce la distinción entre cultura ideal y cultura real. La cultura ideal se refiere a las normas y valores que una sociedad proclama como deseables, mientras que la cultura real se refiere a las prácticas y comportamientos que realmente se observan en la vida cotidiana. Esta distinción es crucial para entender las discrepancias entre lo que las sociedades dicen valorar y lo que efectivamente practican.

De forma sintética, los valores serían aquellas ideas o principios que funcionan como núcleo de cualquier cultura en un momento dado. Dichos valores producen una serie de normas explícitas que condicionarían las conductas. Sin embargo, este proceso es reversible: las conductas pueden modificar las normas y de este modo, también, los valores. Esta variabilidad remite a una idea de cultura cambiante y dinámica frente a otras nociones que entendían la cultura como unidades estáticas, fijas y homogéneas.

En resumen, Kottak prioriza el caracter social de la cultura. Se trataría de un atributo aprendido y no innato que es aprendido y compartido al interno de cualquier grupo humano a través del aprendizaje simbólico y que guía el comportamiento en su constante adaptación a los entornos en los que vivimos.

¿Y entonces… qué hacemos con la cultura?

El concepto de cultura empleado por las antropólogas puede alejarse de nuestros usos cotidianos. Se trata, sin duda, de un concepto complejo, plural y sujeto a diversas interpretaciones. Recurrir a las definiciones anteriores de Tylor y Kottak no supone más que el establecimiento de un punto de partida, un lugar desde el que adentrarnos en muchos otros debates antropólogicos.

La definición de Tylor, formulada en el siglo XIX, tiene el mérito de haber dado forma a un concepto unificado que permitía estudiar las prácticas humanas más allá de una visión jerárquica entre pueblos “civilizados” y “primitivos”. Al definir la cultura como un “todo complejo”, Tylor consolidó una visión holística y transmisible de la cultura. Sin embargo, esa amplitud y su aparente neutralidad también encierran problemas como es el hecho de presentar las culturas como un conjunto estático y coherente, donde todo encaja dentro de un sistema cerrado e ignorar las tensiones internas, los conflictos sociales y las diferencias de poder que atraviesan cualquier cultura.

Kottak, por su parte, insiste en aspectos clave como el aprendizaje, el simbolismo, la transmisión social y la adaptabilidad cultural. Su perspectiva centra la atención en la cultura como un proceso activo y dinámico, compartido por los miembros de una sociedad, pero en continua transformación. Sin embargo, su énfasis en la adaptibilidad de las culturas al medio ambiente puede otorgarle a su definición, no sin razón, ciertos matices funcionalista.

En cualquier caso, estas definiciones no deben tomarse -ni aprenderse- como verdades irrefutables. Lejos de querer asumir una definición única y estable, las antropólogas no solo continuamos preguntándonos “¿qué es la cultura?”, sino que que también nos interrogamos sobre aquello que hacemos cuando decimos “cultura”: con qué fines, desde qué posiciones y con qué consecuencias. En próximas entradas abordaré otras visiones respecto a la cultura que nos permitan seguir la pista de sus limitaciones, sus transformaciones así como sus implicaciones socio-políticas.

Bibliografía

Kottak, Conrad Phillip
2003 Antropología cultural: Espejo para la Humanidad. McGraw-Hill

Tylor, Edward B.
1959 Primitive Culture. Harper Torchbooks

Cultura 1

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