Un primer eje vertebrador de la jornada fue el distanciamiento entre la “agenda social” y la “agenda política” Se hace evidente, como apuntaba Lewellen (2009:33), la desconexión entre aquellos que damos a llamar políticos y aquellos a los que deberían servir. Este distanciamiento produce una fractura en el campo político (Bailey 1969) que aísla a los actores o, en palabras de Curti, en la actualidad nos encontramos ante un “cuerpo social privado de un ‘campo de juego’ en el que desarrollarse”. Es evidente, por tanto, que esta fragmentación, casi irreconciliable, entre la política “dentro del sistema” y la política “fuera del sistema” nos ofrece un paranorama “atomizado” , en el que la soledad es la principal referencia de asociaciones y grupos que, en teoría, deben conformar el cuerpo social y se encuentran ante una ausencia, una carencia, de organización, interna y colectiva, que tiene como principal referencia la falta de comunicación, de un lenguaje común y de instrumentos para la acción política.
Ante estas circunstancias, Falocco destacaría las “micro-experiencias de creación de civilización”, aquellos acciones fuera de la política, clásica y convencional, destinadas a la resolución o atención de problemas y causas puntuales. La proliferación de pequeños grupos (de solidaridad, de cooperación, de inmigrantes,…) ofrece una vía de acción que, hay que recordar, siempre es política; es tan político debatir en un parlamento como participar en una recogida y entrega de alimentos en los barrios periféricos. Pero estos grupos no solo hacen política a través de sus acciones, sino que con su presencia en el espacio físico retoman el concepto del espacio urbano como participación política.
El espacio urbano, de esta manera entendido, no solo sería el escenario de las acción sociales o, materialmente hablando, el emplazamiento físico de las diferentes asociaciones. Tenemos que entender, y conformar, el espacio público como un espacio de “encuentro”, casi un espacio de confrontación. Es palpable la necesidad de devolver el cariz público al entramado urbano, re-convertirlo en un lugar por y para las personas, en el que se desarrolle la vida social. Sería hora, por tanto, de confrontar un “espacio común” frente a un “espacio económico” y, a través de ese “choque, ir recuperando lugares para el encuentro y el diálogo, para el desarrollo de nuevas ideas y políticas.
De ahí la importancia de la periferia y sus conceptualizaciones. La ruptura del dialogo entre los políticos y los ciudadanos conlleva al abandono de las ciudades. El abandono -casi a su suerte, podríamos decir- de los barrios empieza a crear una suerte de mutaciones urbanas, periféricas, en las que se re-configura la realidad en base a la propia experiencia, a la única experiencia de vida. La desconexión, no solo física, entre barrios conlleva a la auto-resolución de problemas, al desarrollo de un cierto grado de autonomía que no tiene porqué responder a la idea de ciudad o, incluso, a aquella de periferia.
La ciudad se transforma, entonces, en un “espacio de riesgo”. La atomización de las relaciones políticas y el, cada vez mayor, individualismo llevan a una pérdida de interés en el espacio público o, si se quiere, en un excesivo interés individual respecto al mismo. Surge entonces el “egoísta metropolitano” (Galdo, 2012) como aquel ciudadano que busca una relación personal con el poder, una suerte de atención personalizada como aquella que se tiene con el médico de cabecera, pero sin un interés en la política ni, mucho menos, con los engranajes intermedios que la configuran.
Es entonces cuando el espacio público, aquello que nos queda, puede tornarse un problema. El ciudadano, más preocupado de sí mismo que de la ciudad, sale a la calle al encuentro de otras personas en un espacio cada vez más privatizado, carente de lugares en los que interactuar, y preocupado, tan solo, por aquello que él, como sujeto autónomo, puede realizar en el espacio. De ahí que, volviendo a palabras de Curti, nos adentremos en un “espacio de riesgo” porque aquellos con quien nos encontramos, generalmente, tendrán otros intereses y, practicando el etnocentrismo, se convertirán en los nuevos otros, destacando entre ellos, como no podía ser de otra manera, jóvenes y migrantes que aportan otros usos, quizás nuevos, al espacio urbano.
Pero si en algunos sectores de la población estos encuentros de riesgo han de llevar al miedo (y el miedo al lado oscuro, al racismo), en la periferia, en aquellas zonas abandonadas, tanto por la política como por lo que queda de cuerpo social,surge entonces la figura de los “nuevos héroes”. Podríamos extrapolar la descripción urbana, generativa de la violencia en América Latina, que realiza Ferrándiz (2005; 2006), a las nuevas realidades de los barrios y advertir como, ante el abandono político, institucional y asociativo, hay quien se encuentra más cómodo en ambientes asociados la violencia, la criminalidad y la marginalidad.
La solución planteada, siempre partiendo de una positividad utópica, estriba, en primer lugar, en la recuperación de la conciencia propia, en la re-inserción del ciudadano, autónomo y consciente, en el estado y en la política. A partir de esta fase de re-conocimiento, cabría iniciar procesos comunicativos a todos los niveles entre los diversos agentes del cuerpo social para evitar que el trabajo autónomo caiga en sacos rotos. La defensa de la autogestión frente al abandono por parte de los políticos no debe conducir a una mayor atomización, sino, ampliando la metáfora física, a su fusión, a la creación de nuevas moléculas que puedan ofrecer mejores respuestas ante la fatiga que sufren territorios y ciudades respecto a la globalización.
Trento
Comentario aparte merece parte de la intervención de Zappini centrada en la ciudad de Trento. Más allá de tratar de desgranar lo dicho por él, apuntalaremos, de igual forma, muchas de las dudas que plantea respecto al futuro de la ciudad. Dudas irresolubles quizás ahora o dudas destinadas más a la reflexión, quizás. Trento, en una síntesis minimalista, ha sido la ciudad con la mejor calidad de vida de Italia en, al menos, el último quinquenio, su universidad está entre las cinco primeras del país, y con un gran patrimonio histórico-cultural. Destaca su eficacia y eficiencia de los servicios públicos y el alto desarrollo de políticas de ayuda social de carácter cooperativo. Pero, ¿qué hay del futuro? Apuntamos unas preguntas para la reflexión:
- ¿Se debe apostar por una responsabilidad política difusa? ¿Una descentralización política desde la ciudad, la capital, hacia la periferia?
- ¿Cómo se ha de encarar la relación con la propia geografía de la ciudad, de la región? ¿Cómo gestionamos el territorio urbano? ¿Cuál debe ser la relación entre la ciudad y la montaña? ¿Debemos iniciar el despoblamiento de los valles para aumentar el crecimiento de la ciudad?
- ¿Cómo afrontaremos los problemas ambientales?
- ¿A qué velocidad queremos crecer? ¿Será la smartcity una fuente de desigualdad? ¿Qué haremos con los que quedan fuera de lo smart?
- ¿Cómo podemos volver a convertir el espacio público en espacio de encuentro?
- ¿Qué hay después de la eficacia? ¿Qué podemos hacer por el ciudadano? ¿Hay relación entre política y ciudadanía?