Muros de separación, muros de unión

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Este artículo es una traducción del original publicado en italiano en la edición del mes de enero de 2017 del periódico digital de la asociación Il Gioco degli Specchi bajo el título “Abbattere i muri che ci dividono e costruire spazi di conoscenza“.

muros
Aquellos que nacimos en la década de los ochenta apenas recordamos el significado de los muros, de las fronteras. Es más, uno de nuestros recuerdos de infancia es la caída de uno de ellos la noche en la que la democracia, y el capitalismo, inició su tránsito hacia Europa oriental. Explorando los recuerdos de mi infancia no encuentro ni rastro  del pasaporte ni de controles fronterizos la primera vez atravesé los Pirineos rumbo a Francia. Tres décadas después del nacimiento de mi generación, muchos perciben los muros, simplemente, como elementos constituyentes de un espacio acogedor: su propia casa.

Una mirada atrás nos invita a recordar que el mismo año que Europa permitía el libre tránsito de personas y mercancías, el acuerdo Schengen, financiaba con dinero público en la frontera entre Ceuta (España) y Marruecos el primero de muchos “muros de la vergüenza” que estarían por venir. Europa precisó para su crecimiento, su “unión”, trasladar sus fronteras interiores hacia el exterior y protegerlas. Según Amnistía Internacional, ya en 2015, Europa contaba con 235 kilómetros de vallas fronterizas. La globalización, la última expresión del libre-cambio, precisaba de muros para impedir a unos participar de la vida, entendida dentro de los cánones del sistema productivo, mientras aseguraba el bienestar de aquellos que permanecían, tranquilos, a la sombra de los nuevos muros levantados.

Siguiendo el ejercicio de introspección desde nuestra infancia hasta el corazón de nuestras vidas, nuestra experiencia diaria en la ciudad, apenas nos detenemos a observar la existencia de otros muros aparte de aquellos que conforman nuestro hogar. No se trata de muros invisibles o muros de cristal traslúcido que permiten la visión a través de ellos; se trata de graves problemas que afectan a las personas. Discriminación, racismo, marginalidad,… la fisionomía de los muros creados en la mente de las personas es variada y omniabarcante. Estos muros, estas separaciones, se levantan allí donde la política de separación oficial, de aislamiento, de los estados ha fallado, allí dónde el ciudadano de a pie debe enfrentar las nuevas realidades y actúa, la mayor parte de las veces, desde el miedo y el desconocimiento del otro, del migrante.

Pero no debemos olvidar que los muros, y más aún los ideológicos, pueden saltarse, destruirse o, simplemente, caerse con el tiempo. Hoy día no podemos, como en Berlin, salir a la calle martillo en mano para poner fin material a alguno de los problemas que compartimos. Nuestros muros son personas con nombres, inquietudes y familias, incluso sonrisas. Otro tipo de acción es requerida y es aquella que exige más de nosotros, aquella en la que el contacto entre personas es indispensable y cuya primera necesidad es iniciar el conocimiento mutuo.

Nuestra región, Trentino-Alto Adige, por fortuna, cuenta con una buena línea de base de proyectos y asociaciones empeñadas, casi por cabezonería, en desenvolverse en la lucha contra estos muros invisibles a través de experiencias basadas en la simplicidad del acto de compartir. El Oratorio Sant’Antonio con la colaboración di Cinformi e di Trentinosolidale Onlus han desarrollado durante estos últimos meses un proyecto en el que una decena de solicitantes de asilo han aprendido a desenvolverse en el interior de una cocina, han adquirido ciertas habilidades y competencias laborales.

El punto final a esta experiencia tuvo lugar el pasado 17 de diciembre con la celebración de una cena navideña en el Oratorio San’Antonio. Los muros, en esta ocasión, sirvieron para crear un espacio de diálogo e intercambio, un espacio que invitaba a conocer no solo a quien cocinaba, sino a practicar un ejercicio, a veces tan privado, como compartir un espacio en una mesa, lugar de confidencias e intimidades. Sentados en torno a una mesa descubrimos que ni somos tan distintos ni tan lejanos, y que los muros no solo sirven para separar, sino que pueden servirnos como espacios de unión, de conocimiento y cohesión.

Alejados, y a veces impotentes, de la “gran” política internacional, debemos iniciar nuestra labor constructiva y revisionista de los muros que nos rodean. Trabajar para derribar aquellos invisibles que nos separan, pero no por ello cejar en nuestro empeño de levantar nuevas entidades, nuevos espacios, que sirvan para el encuentro, el conocimiento mutuo y el desarrollo de una vida social en la que no existe más una separación entre los otros y nosotros para poder construir un futuro basada en relaciones de igualdad.

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