Si no es racismo, ¿qué es?

Vecinos de Tunte. © Alejandro Ramos

Quien ha residido en Canarias un tiempo meridianamente prolongado puede llegar a entender, quizás a compartir, que el Archipiélago es un lugar acogedor, cálido, solidario. La relación de los habitantes de Canarias con la Otredad es fruto de la historia compartida de cinco siglos anclados en una encrucijada entre Europa, África y América; una relación en la que los procesos migratorios han de ser pensados, como mínimo, a partir de una óptica bidireccional: Canarias no solo produce emigrantes, sino que recibe inmigrantes.

A la luz de la historia -muchas veces inmiscuida en las propias genealogías de los individuos concretos- y la constante re-afirmación en multitud de manifestaciones del cántico “pueblo canario, pueblo solidario”, no deja de ser un hecho sorprendente que a principios del mes de agosto de 2020 los vecinos de Tunte, un pequeño pueblo de Gran Canaria, levanten barricadas en la carretera de acceso a su localidad para evitar la llegada de inmigrantes. Todavía más ha de sorprender que, ante tal acción, haya quien defienda que no estamos ante un acto racista, sino que, precisamente, lo que se busca es el bienestar de los inmigrantes, siendo así la protesta causada, en palabras de la alcaldesa Conchi Narváez (PSOE), “por las malas condiciones del centro y sus servicios” que habría de alojar a los inmigrantes.

Tunte y los estudios de comunidad

Tunte es un pequeño pueblito, en “situación de aislamiento” según el Proyecto EcoBarrios, enclavado en el municipio de San Bartolomé de Tirajana, en el sur de Gran Canaria. Aunque algunos medios (aquí) hablen de “barricadas en el principal municipio turístico”, Tunte dista, metafórica y físicamente, de la importante industria turística concretada alrededor de las playas del Inglés o de Maspalomas. La valencia turística de Tunte podría describirse a partir de su condición de zona de paso frecuente, casi obligatoria, en las rutas turísticas organizadas por los grandes touroperados europeos que, desde el Sur de la isla, se encaminan hacia los hitos geomorfológicos y paisajísticos pertenecientes a los municipios de Tejeda y Artenara.

Considerar la actividad turística en Tunte como de carácter residual hace que devolvamos la mirada a sus habitantes, a sus acciones cotidianas. Un primer factor a notar es su escaso crecimiento poblacional. La cifra varía en función de la fuente consultada, siendo así que desde el censo de 1834 en el que se contabilizó un total de 526 personas residentes pasamos a una 580 en 2014 (Atlas Rural de Gran Canaria) o los 650 habitantes cifrados por EcoBarrios que apunta a “un paulatino envejecimiento de la población y a una reducción de efectivos”.

Durante la primera mitad del siglo XX los antropólogos tuvieron por costumbre en sus investigaciones aplicar aquello que Francisco Cruces llama el “modelo insular” (1997): analizar su objeto de estudio a partir de una delimitación clara del objeto en un entorno físico concreto, culturalmente homogéneo y abarcable holísticamente. Este modelo implicaría, a su vez, que los sujetos de estudio se encontrasen, en cierto modo, ausentes del espacio-tiempo en una suerte de reproducción social auto-contenida perpetua, pudiendo así estudiarse “su cultura” como una entidad homogénea, estable.

Una idea semejante puede encontrarse en los estudios de comunidad en los que Robert Redfield elaboró el contraste entre lo comunal y la ciudad así como la influencia del medio urbano en la vida rural (Martínez Veiga:252-ss). Al revisar la obra de Redfield, Ulz Hanner escribe de la sociedad rural como

una sociedad aislada con un mínimo de contactos exteriores. Sus miembros están en íntima comunicación entre sí. Hay muy poca movilidad física o ninguna, por lo menos del tipo que alteraría las relaciones dentro la sociedad o que acrecentaría las influencias externas. […] Los miembros de la sociedad comunal son muy parecidos. Al tener contacto solamente unos con otros, aprenden las mismas formas de pensar y actuar: “los hábitos son lo mismo que las costumbres”. Los viejos ven a los jóvenes hacer lo que ellos mismos hicieron a la misma edad, ya que hay pocos cambios. Hay un sentido muy fuerte de la unidad y pertenencia, cada miembro “exige fuertemente las simpatías de los demás”. […]

Las convenciones que atan entre sí a las personas son mas bien tácitas que explícitas y contractuales. […] Más aún: las relaciones no son solo personales, sino familiares. Las relaciones se conceptualizan y se categorizan en los términos de un universo de lazos de parentesco, que crean las diferencias que llegan a existir entre esas relaciones. “Los parientes son las personas modelo para todas las experiencias” (1986:75)

Si bien los estudios de comunidad, al menos al estilo de Redfield, han sido superados en la teoria antropológica, el rescate que he propuesto, a partir de la cita de Hannerz, cobra especial relevancia a raíz de las palabras de una vecina de Tunte. Lara Santana, de la que se desconoce su edad, se refiere a la identidad del tirajanero en una carta aportada en un blog a raíz de los hechos sucedidos en su pueblo.

Dice Lara Santana (aquí):

Nací y me crie en Tunte, un lugar remoto, junto a valores inculcados por los mayores de este, donde el respeto y la humanidad son el pilar fundamental para educar a sus jóvenes. Este pueblo, que ahora mismo está en el punto de mira, no se olvida de sus raíces ni de sus antepasados que, ante la precariedad de la época, se vieron obligados a emigrar a países como Cuba. […]

Este, mi pueblo, es humilde, trabajador, honrado y, sobretodo, solidario. Un pueblo donde se conocen todos, una gran familia.  Aquí se sigue viendo eso de hacerle un recado a «Fefita», la vecina de tu abuela. Aquí se sigue fiando la compra, y si no puedes, pues “cuando cojas las papas arreglamos”. Aquí si por desgracia pierdes un familiar, vienen a darte las condolencias con un caldero de sopas bajo el brazo. Como toda familia, existen contratiempos, pero en los momentos importantes, somos uno.

Las coincidencias observables entre la descripción teórica de la vida social propuesta por el binominio Redfield/Hannerz y la descripción empírica de las prácticas sociales de los agentes aportada por una de vecina de Tunte, Lara Santana, lejos de entenderlas como una correlación causal -esto es, como el encuadramiento categórico de Tunte en las sociedades folk o rurales– sí permiten, en cambio, la percepción de las prácticas sociales en dicha localidad a partir de una fuerte presencia de elementos vinculados al parentesco, los valores tradicionales y la reciprocidad.

Tunte y la inmigración

Sabido o ignorado, uno de los muchos resultados de los procesos migratorios que tienen a Canarias como su destino inicial -pues pocas son las veces en que se convierte en final- es el alojamiento, temporal o definitivo, de aquellas personas que, poniendo su vida en peligro, han decidido dejar su terruño atrás. Dos de esos lugares, dignos o no, han sido el Aula de la Naturaleza de Tunte y aquello que Lara Santana define como el “hogar-residencia”.

Ateniéndonos a palabras de vecinos y políticos, en algo menos de un año habrían pasado por Tunte unos doscientos inmigrantes, la mayoría de ellos en tránsito, de los cuales solo un número cercano a 80 mantuvo su residencia durante todo este arco temporal en el pueblo. Ismael Guerra, vecino de Tunte, señala en prensa que los inmigrantes, que ya llevaban más de cuatro meses allí, “estaban consolidados y haciendo una vida normal”. Lara Santana describe de una forma más amplia esta “consolidación” y “normalidad”:

Sesenta y un inmigrantes se integraron con éxito y empezaron a formar parte de nuestra vecindad. Durante estos 9 meses han pasado por el pueblo unas 200 personas, en las mismas condiciones y recibiendo el mismo trato. Algunos se iban, otros llegaban nuevos y por suerte unos pocos pudieron quedarse durante todo este tiempo. Esos pocos ya son amigos, iban a los asaderos, tenían saludo con los jóvenes del pueblo, compartían bailes con mayores y pequeños e incluso arrimaban el hombro en tradiciones como la cabalgata de Reyes.

Este mismo discurso se presenta en las palabras del alcalde en funciones, Samuel Henríquez (aquí): “Este nivel de integración ha costado meses, no ha sido fácil para nadie, pero por fin se habían convertido en unos vecinos más”. Más allá de poner en duda la veracidad de los discursos producidos por los agentes en el campo, queda la incertidumbre de cómo se han producido ciertas acciones destinadas a favorecer la “integración” en un contexto socio-histórico marcado de forma inexorable por el distanciamiento social y el confinamiento estricto a causa del Covid-19 a partir de la primavera de 2020.

“No queremos a los que vienen, queremos a los que se fueron”

A la vista de los hechos y de los discursos hubiera sido más que difícil presagiar que en Tunte sucediera un acto racista. Sin entrar en la discusión acerca de si aquello que los agentes del campo llaman “integración” no es más que un proceso, más o menos impuesto, de “aculturación”, la frase que da inicio a este epígrafe (en prensa) conduce esta reflexión, nuevamente, hacia el mantenimiento de la comunidad y la creación social de la Otredad.

Hablar de la Otredad es hacer referencia a un pilar indiscutible de la antropología. Considerada como una práctica trans-cultural a lo largo de toda la historia de la humanidad, es posible reducir la creación social de la Otredad a la formación de identidades -y, por tanto, roles- a partir de la aplicación del binomonio indisoluble inclusión/exclusión. No existe identificación social posible si no es a través del doble proceso de inclusión y exclusión.

Cada grupo social en cada momento histórico construirá una identidad incluyente para sí mismo al tiempo que construye otra identidad excluyente para aquellos considerados, objetiva o subjetivamente, diferentes con o sin refrendo empírico. El abanico de posibilidades que se abre en los procesos de inclusión/exclusión es tan amplio como la variedad de acciones humanas y no solo ha de pensarse en rasgos biológicos como los diferentes los niveles de melanina presentes en distintos individuos de la especie Homo Sapiens Sapiens.

A partir de los discursos presentados anteriormente es posible trazar la imagen que de Tunte tienen sus vecinos o, al menos, la idealización de su pueblo. La identificación de Tunte con una familia es el elemento central que habrá de vertebrar las relaciones entre sus vecinos, entendidos ahora como familiares, y el resto de la sociedad concebidos como extraños, desconocidos. La familia, como cualquier otro grupo social, posee una serie de roles y de posiciones que están establecidas y limitadas por la convención social. La familia tirajanera, desde una perspectiva simbólica y no desde el parentesco genealógico, puede ser entendida, entonces, como un grupo de personas que no solo comparte el contenido de las acciones de sus predecesores a partir de la activación de la memoria en la práctica cotidiana, sino que establece una serie de vínculos solidarios, basados en la reciprocidad de los dones, que se reflejan tanto en la vida pública como en las esferas más íntimas de la vida privada.

Tal es el nivel de identificación grupal como familia entre los habitantes de Tunte que, como afirma Lara, “en los momentos importantes somos uno”. No es casual, entonces, que dado el largo tiempo necesario para convertir a unos inmigrantes en familiares -esto es, aculturararles– haya quien, según Lara Santana, los haya despedido “con lágrimas en los ojos”. No se despiden de un inmigrante irregular en situación de alojamiento temporal, sino de un familiar, alguien que formaría parte, en términos de Charles Cooley (1909), del grupo primario en el que sus integrantes poseen sentimientos, ideales y una moral compartidas.

Si no es racismo, ¿qué es?

Los vecinos de Tunte, podría argumentarse, no cometen ninguna acción que pueda categorizarse, en principio, como racista. Las fuentes consultadas señalan, más bien, su buena predisposición y entendimiento con aquellas otras personas que han ido a parar a su pueblo. El problema de Tunte es el de casi todos los seres humanos: el etnocentrismo.

La importancia del rol como familia que desempeña el pueblo, entendido como colectividad y/o grupo, es la piedra angular sobre la que descansa el contenido de la acción, sobre la que se asientan los significados compartidos que dan sentido a la cotidianidad. La familia, y la pertenencia a ella, es el mejor de los modos posibles para seguir subsistiendo en esta vida. El proceso de identificación del pueblo como familia incluye ahora una valoración axiológica, una connotación positiva sin base empírica, que ya no solo se expresa a través del binomio inclusión/exclusión, sino que puede ser incluido en una escala valorativa, en un continuo desde el bien al mal.

Cuando los habitantes de Tunte afirman que no quieren nuevos inmigrantes en su localidad, sino que desean la vuelta de sus inmigrantes expresan un sentimiento de xenofobia, de aversión hacia el extraño, hacia aquellos que ellos no consideran parte de su familia. “Mejor malo conocido que bueno por conocer” podría rescatarse del refranero. Visto así algunas personas podrían decir que se trata de “un mal menor”, al final de cuentas: ¿Quién no se ha llevado mal con su vecino a lo largo de la historia? ¿Acaso no mantenemos rencillas prolongadas en el tiempo con los habitantes de otras ciudades, regiones, países?

Sin embargo, naturalizar la xenofobia como un universal humano -aunque su práctica sea, en cierto modo, trans-cultural- ni ayuda a comprender mejor la situación ocurrida en Tunte ni es, ni mucho menos, mi intención. Además, aún queda un aspecto por tratar que puede ser decisivo a la hora de encuadrar las acciones de estos vecinos: el Covid-19.

Se dice, se comenta, se rumorea -porque aún nadie lo sabe a ciencia cierta- que estos inmigrantes, como tantos otros, son portadores del virus Sars-Cov2. En Ciudades para no liberar a los niños señalé la utilidad teórica de los los conceptos de “pureza” y “peligro” (Mead, 1966) a la hora de configurar nuevas ontologías sociales mediante nuevos procesos de inclusión/exclusión en base a parámetros biomédicos.

Ante una alerta sanitaria global podría parecer “lógico” y “normal” que la simple sospecha pudiera derivar hacia una categorización de “peligro” y, por consiguiente, en un proceso de exclusión o, si se prefiere, distanciamiento. Lara, vecina de Tunte, expone dos hechos para salvaguardar la pureza del pueblo: el riesgo que supone una persona supuestamente contagiada para la población envejecida y la distancia que separa al pueblo de cualquier unidad de atención médica especializada (una distancia que, por otra parte, parece no haber sido problema durante los primeros meses de crisis sanitaria).

Otros agentes señalan otras factores a tener en cuenta. Elena Álamo, portavoz del PP-AVT en el ayuntamiento, expresa en prensa que “San Bartolomé de Tirajana depende del turismo y a partir de ahora será geolocalizado como un municipio con esa cantidad de casos de Covid-19”. Sorprenden también las palabras de José María Mañaricúa, no tanto por su contenido en sí, sino por su rol como presidente de la Federación de Empresarios de Hostelería y Turismo (FEHT). ¿Qué interés tiene la patronal hotelera en los inmigrantes de Tunte si, como he señalado, el pueblo se encuentra geograficamente localizado fuera del centro turístico y los grandes touroperados extranjeros no están trabajando en Gran Canaria en estos momentos?

En medio de una crisis económica galopante las Islas Canarias buscan re-activar su único mecanismo de integración en la economía mundial -el monocultivo del turismo de base extractiva (Murray, 2015)- y lo hace con una propuesta cuanto menos sorprendente: contratando un seguro con la compañia Axa Seguros valorado en 450.000 euros para cubrir los gastos de los turistas en caso de contagio de Sars-Cov2 (en prensa).

Sorprende porque, a día de hoy, aeropuertos como el de Gran Canaria carecen de dispositivos o protocolos establecidos para la detección de posibles personas contagiadas ya sea mediante controles de temperatura o exámenes PCR. Sin embargo, las personas rescatadas en el mar, aquellos que han puesto su vida en peligro para alcanzar nuestras costas, sí que pasan por los pertinentes controles sanitarios para garantizar que son “aptos” para circular entre nosotros.

Retomando una metáfora de Zygmunt Bauman (1999) pareciera existir un nuevo semáforo que limite la movilidad global. En la versión original este semáforo impedía o garantizaba el acceso a las sociedades noratlánticas -que diría Michel Carrithers- en función de la posesión de documentos legales, pasaportes, que garantizasen la ciudadanía. Hoy en día, sobre las sombras de Giorgio Agamben o Michel Foucault, podríamos hablar de una sociedad biomedicalizada en la que nuestro estado de salud sea la llave de acceso o no a determinados lugares del mundo.

Sin embargo, casos como el de Tunte en la isla de Gran Canaria ofrecen un panorama bastante más desolador. Se niega la entrada, por no decir el auxilio, a personas que cumplen con los protocolos establecidos por las autoridades sanitarias y que se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad alegando que son “posibles sospechosos”, mientras se permite la entrada de un contingente de personas mucho mayor sin control sanitario alguno y con la promesa ya cumplida del pago de los gastos sanitarios.

Bauman hablaba de una sociedad de viajeros y vagabundos en las que los derechos de unos eran los sueños de otros. Hoy esos vagabundos son los inmigrantes que llegan a las costas de Canarias, rechazados por una simple razón: al contrario que los turistas, ellos no pueden consumir.

Tunte -y por extensión San Bartolomé de Tirajana, capital del turismo de Gran Canaria- no tiene miedo al extranjero abstracto; no practica una xenofobia generalizada ni en tiempos de miedos pandémicos, globales. El miedo se focaliza en unos sujetos determinados, sujetos que cruzan el océano en patera. El miedo tiene lugar de origen, se discrimina por lugar de nacimiento.

A pesar de los vecinos de Tunte, no hay más que una palabra: racismo.


– Bauman, Zygmunt (1999) La Globalización: consecuencias humanas
– Cooley, Charles (1909) Social Organisation
– Cruces, Francisco (1997) Desbordamientos. Cronotopias en la localidad tardomoderna en Política y sociedad n.25, pp.45-58.
– Hannerz, Ulf (1986) Exploración de la ciudad
– Martínez Veiga, Ubaldo (2010) Historia de la Antropología. Formaciones socioeconómicas y práxis antropológicas, teorías e ideologias
– Mead, Margaret (1996) Pureza y Peligro
– Murray, Ivan (2015) Capitalismo y turismo en España: del “milagro económico” a la “gran crisis”

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