Hay quien dice que los mitos eran parte fundamental de las sociedades en las que primaba el ámbito místico-religioso como vehículos de cohesión, integración y cohesión social. Se dice, también, que en el tránsito moderno hacia la construcción de esas “comunidades de destino” que llamamos estado-nación hemos destruido cualquier vínculo con la magia, la religión y la superchería; en otras palabras: hemos firmado la victoria del laicismo.
Sin embargo, hay quien apunta a una suerte de necesidad universal, a una carencia fundamental, que nos obliga a someternos al relato mítico para así poder sobrellevar las miserias de nuestra vida. Nuevas mitologías y nuevos héroes llenan nuestra existencia, incluso la inundan, siendo posible elegir un mito entre centenares de ellos a conveniencia según clase social, etnia, género, ideología política,…
El individuo, al entregarse al estado-nación, no ha hecho más que perder su lugar en el mundo frente a la prominencia de sistemas expertos, sistemas abstractos que, según Giddens, organizan nuestra vida en base a relaciones de confianza impersonales.
El individuo triste, aislado, atomizado, alienado,… desconoce como funciona su sistema sanitario porque el estado-nación y su aparato burocrático han decidido que ese conocimiento no era útil para el mantenimiento y reproducción del sistema productivo. Ese mismo individuo se ve abrumado y superado por la gestión opaca e incomprensible de un sistema experto que le es ajeno en casos de crisis. Ese individuo, en su ignorancia y ante el temor de los riesgos de la Modernidad Tardía (globales, universales, institucionalizados y productos de nuestra propia acción; gracias, Giddens, 1995:131-ss), se entrega en la oscuridad de la noche a nuevos “héroes”.
La desesperación del individuo contemporáneo hace que éste convierta en “héroe” al trabajador asalariado, pero no a todos los trabajadores ni durante todo el tiempo. La mitología en tiempos líquidos, que gustase decir Baumann, se muestra así fugaz y frugal, sin ofrecer un asidero duradero al que recurrir en tiempos sucesivos. Un consuelo moral circunstancial en el que lavar nuestras lágrimas.
Mañana estos “nuevos héroes” serán merecidamente olvidados, como aquellos otros del mes pasado que vinieron a sustituir a sus predecesores. Héroes como aquellos a los que cantaba David Bowie, héroes por un día, que ni han venido para quedarse ni para cambiar el curso de la historia; héroes que no actúan como tales. Quizás no necesitemos héroes en nuestras vidas, sino, únicamente, la “necesidad de necesitar héroes” en un movimiento análogo a la supresión del deseo en el ciclo del consumo en las economías capitalistas.
Esta noche se volverá a aplaudir al héroe, a una multitud de ellos. Esta noche, en cualquier otro lugar del mundo, cualquier otro trabajador asalariado habrá terminado -con vida- su jornada laboral en silencio. En estos precisos instantes hay mucha otra gente cambiando el devenir social, el curso de la historia.
Giddens, Anthony; Consecuencias de la modernidad; Alianza Editorial