La pretensión no es otra que discernir las líneas generales, los grandes rasgos, que han posibilitado el encuentro interdisciplinar en los estudios del ser humano. No es su motivación, ni posible debido a su extensión, un análisis pormenorizado de corrientes y autores, sino la presentación sucinta de un conjunto de características que pudieran representar, o ser entendidos, como construcciones teóricas usadas con el fin de interpretar y explicar ciertas experiencias (Popper, 1972:181).
Primera etapa. Historia como recurso.
Describiremos una primera etapa para la observación del carácter interdisciplinar de los textos antropológicos que abarca desde la formación de la propia disciplina hasta el año 1922, fecha de la publicación de Los Argonautas del Pacífico Occidental; obra que institucionaliza el trabajo de campo y define a la antropología hasta la fecha. Los investigadores precedentes fueron calificados como antropólogos de sillón y el paradigma principal que rigió sus tesis sería el evolucionismo cultivado durante la segunda mitad del siglo XIX.
Los albores de la disciplina antropológica cuentan con una amplia variedad de autores (Morgan, Tylor, Bachofen, McLennan, por citar algunos), pero en todos ellos se observa un principio de “ley direccional” (Mandelbaum, 1971), una concepción de los fenómenos sociales como el producto de leyes causales; hecho que permite postular estadios evolutivos concatenados que en los que situar en el tiempo las acciones y las instituciones humanas. Boas (en Bohanan; Glazer, 1993) decía de estos investigadores que se limitaban a “informar sobre las curiosas costumbres y creencias de gentes extrañas” calificando sus intereses científicos como “puramente histórico”. Radcliffe-Brown (en Lombard, 1997), al señalar las nología, apunta que las investigaciones del siglo XIX estaban asociadas al estudio histórico, aunque de manera “especulativa” respecto a su validez empírica.
Los evolucionistas basaban la mayor parte de su trabajo en la recolección de datos procedentes de fuentes escritas, literarias o históricas, viajeros, agentes coloniales y, en definitiva, cualquier fuente de información que pudieran recabar sin recurrir al trabajo de campo. La primera aproximación en- tre la Antropología y la Historia parece configurarse entonces por una subordinación teórica de la segunda respecto a la primera, como un apoyo metodológico que sirviera para la justificación de presupuestos teóricos iniciales a las que habrían de adaptarse, de ahí su escaso valor empírico, las fuentes empleadas.
Tomaremos como ejemplo paradigmático de este primer período La sociedad primitiva, publicada por Morgan en 1881. En autor extrae del análisis de fuentes históricas de distintos pueblos rasgos aislados de sus sistemas sociales que, mediante la comparación transcultural, le permitan (re)construir en diferentes tiempos y lugares fenómenos sociales e instituciones semejantes con el fin de establecer una secuencia evolutiva global.
El método histórico empleado por los evolucionistas no será, por tanto, crítico. Sus fuentes históricas apenas serán discutidas ni contrastadas, de manera que sus propuestas presentan un carácter -que casi podríamos definir como- conjetural basado en artificios lógicos caracterizados bajo un fuerte deductivismo y un empirismo débil.
La primera gran crítica al evolucionismo llega desde Estados Unidos y se personaliza en la figura de Boas que rompe con la letanía “un mismo fenómeno social se debe siempre a las mismas causas”. Boas, al igual que los antropólogos anteriores, hará uso de la historia para tratar de producir datos etnográficos. Si en el período anterior la historia era usada como soporte para la deducción, ahora se empleará la inducción.
El propósito del método de Boas, el particularismo histórico, es “determinar con exactitud consideable las causas históricas que llevaron a la formación de las costumbres” (Boas, 1896), de las prácticas y las instituciones sociales. Boas, más que centrarse en la forma presente, actual, de los fenómenos, pretende conocer el camino que han recorrido hasta nuestros días, su historia; y será precisamente la historia de este proceso, de este desarrollo, la que particularizarían a cada elemento cultural (Martínez Veiga, 2010:88).
La antropología presentada por Boas afirmaría que las diferencias culturales actuales son producto de historias diferentes y que, por tanto, es la historia de cada pueblo, la historia de cada costumbre, aquella que dotará de significación a la cultura. A pesar de este apego y conexión con la historia, Boas carecía de un verdadero método histórico y será criticado por algunos de sus discípulos como Radin que lo calificará de “ahistórico (1929) o Sapir (1912) que ahondará en la carencia de contextos que posibiliten entender cómo y quien ha producido los datos.
Las palabras de Radcliffe-Brown en 1923 nos sirven de corolario de esta primera parte: “el evolucionismo tenía tanto un componente histórico como científico. La antropología boasiana se movía en la dirección de la historia; la antropología social en la dirección de la ciencia” (Stocking, 1974).
“El fin de la Historia”. Período estructural-funcionalista
La vindicación científica de la disciplina esbozada por Radcliffe-Brown tiene su vértice en la institucionalización del trabajo de campo como único método valido para la producción de datos en materia antropológica a partir de la obra de Malinowski. Hemos dado en llamar “fin de la Historia” a este período, enraizado en la corriente estructural-funcionalista, debido al fuerte carácter sincrónico que proporciona su metodología, que lleva a algunos autores a hablar de “deshistorización” o “revolución sincrónica” (Stocking, 1984).
Las obras de Malinowski y Radcliffe-Brown presentan sociedades ancladas en un punto fuera del tiempo, redactadas en un presente etnográfico atemporal, situando la acción social en una solución de continuidad tal que pareciera que el tiempo no fuera importante, ya que el fenómeno estudiado habría sido igual en una forma pasada o futura. Los antropólogos no solo convierten las sociedades que estudian en islas desconectadas de todo contacto humano, sino, incluso, separadas del tiempo.
Tal es el abandono de la historia y el interés de los antropólogos en mostrar a las sociedades primitivas aisladas en el tiempo y el espacio -quizás habitando en un “cronotopo” singular, podríamos apuntar- que no solo reniegan del pasado, sino de aquellos elementos del presentes que puedan desviar su atención. Si Malinowski hubiera recogido las relaciones entre los trobriandeses y la potencia colonial, las revueltas o las campañas de captación de trabajadores para las plantaciones de caña de Queensland, habría tenido que desmontar su “definición” de los nativos como primitivos, sin contacto con la civilización y, por tanto, como pueblo sin historia (Martínez Veiga, 2010:101).
Regreso en y a la Historia
Estos “excesos negacionistas de la historia” (Fernández de las Matas, 2002) son los que llevan a partir de la década de 1950 a Evans-Pritchard a reivindicar un acercamiento entre Antropología e Historia. Para Evans-Pritchard la Historia sería una categoría necesaria para la comprensión de las instituciones y fenómenos sociales. Lévi-Strauss (1958:17), por su parte, afirmaría que no se puede vivir fuera de la historia y que tan solo “el desarrollo histórico permite sopesar, y evaluar” en sus respectivas relaciones los elementos del presente”.
Los paradigmas teóricos y críticos por llegar ofrecerían una nueva orientación de la sociedad basada no en la estructura y la función, sino en el proceso y el conflicto (Lewellen, 2009:27). Sería un intento en vano para nuestro propósito intentar siquiera detenernos en cómo cada corriente o cada autor aportó su esfuerzo para la reintegración de la Historia en los estudios antropológicos. Sin embargo, no podemos sino citar algunos autores, y sus obras, para ilustrar este proceso.
En primer lugar, respetando la línea cronológica, citaremos a Max Gluckman y su puente (1958) en Zululandia. La obra citada, a pesar de transcurrir en un solo día, refleja un cúmulo de relaciones y procesos establecidas a lo largo del tiempo. La distribución de las personas no obedece a unas convenciones fruto del presente, sino que son un producto diacrónico del contacto continuado entre zulúes y personal colonial.
Sidney Mintz nos ofrece otro ejemplo en Historia de una plantación en Puerto Rico en lo que, según Cañedo Rodríguez (2013:12) es “un análisis histórico de las transformaciones del modelo de plantación azucarera”. Otro de los trabajos clásicos de Mintz, Dulzura y poder (1996), vuelve a presentarnos este relato imbricado de Antropología e Historia.
Hemos intentando a través de estas líneas mostrar como Historia y Antropología, dos disciplinas centradas en el estudio del Hombre, han tenido a lo largo de su desarrollo momentos de cercanía y lejanía caracterizados por las corrientes teóricas de la época. Nos hemos querido centrar en tres momentos, tres períodos, que pueden configurar esta relación como un viaje de ida y vuelta. Sin embargo, esta relación, como el tiempo, no se detiene y ofrece nuevas actualizaciones, revisiones y contactos entre las dos disciplinas que habrían de describirse en futuras publicaciones.